La luna se erguía arrogante en lo alto de la noche frívola; abajo, la soledad reclamaba las calles que pocas horas antes eran tan bulliciosas; las cunetas arrastran los vestigios de la zozobra humana: lodo, basura, heces, sangre, pus… todo rastro indeseable de la desdicha humana olvidado por unos e ignorado por otros, todo se mezcla en una repugnante y hedionda mezcla que, conducido por la cloaca, desemboca en algún rio cercano. A pocos metros de ahí, bajo un viejo puente olvidado, una mujer deposita suavemente una maraña de trapos viejos, es un niño, es su hijo, lo mira sollozando, una sonrisa se refleja en su cara por un segundo, sabe que su tesoro duerme con la pancita llena, luego su mirada se pierde en el vacío, pues no sabe si mañana también lo estará.
Claudia eleva su mirada hacia el cielo, casi clamando por una respuesta; la luna, sin embargo, se esconde tras las nubes para ignorar su presencia, reaccionando justo como lo hacen las personas al cruzarse con ella, simplemente la ignoran para no sentir tanta lastima por ella, y así no sentirse mal con ellos mismos. El frio comienza a calarle los huesos, las tripas le chillan implorando por algo que digerir, por el momento, no hay nada que hacer más que recostarse y esperar que el dolor se vaya, aunque en el fondo, ella sabe muy bien que eso no pasara.
Se recuesta junto al cuerpo de su hijo de cinco años, que debido a la mala alimentación, pareciera ser de solo dos, Carlitos se despierta y abraza a su madre, entre sus manos, acoge cariñosamente un juguete que es tan sencillo como amado, un regalo navideño inesperado de un desconocido que, para alimentar su orgullo, regalo algo que de todas maneras hubiese desechado. Su madre lo ve a los ojos y acariciándole la frente le dice tiernamente al oído: “No reces solo por un día más, sino, por un día mejor”, Carlitos asiente con la cabeza y cierra los ojos, justo antes de dormir murmulla con una voz apenas audible: “Cualquier día contigo es uno mejor”. Los sentimientos de Claudia se agolparon en su garganta causándole un nudo que apenas y pudo contener, una lagrima de orgullo se escabulle entre sus mejillas, levanta su mirada al cielo con los ojos llenos de esperanzas tan ínfimas que casi podrían ser falsas, y luego, ignorando el clamor de sus tripas, ignorando también el dolor, la angustia, y todas aquellas bajezas humanas que nos acongojan, se quedo dormida junto a su pequeño mientras le acariciaba la cabeza, en ese momento nada mas importaba.
La luna salió de su escondite apenada de su comportamiento, conmovida por aquella actuación, lanzo su aliento al viento y una cálida brisa atravesó por debajo de aquel viejo puente, y conforme con este insignificante gesto, se dio la vuelta olvidando lo sucedido casi al instante para luego, ignorarlos nuevamente.
6 comentarios:
Creí haber dejado un comentario. Quizás no se imprimió. Bueno no me acuerdo que había puesto, lo esencial es que me gusta tu estilo.
Hasta pronto.
Saludos cordiales.
Me encogió el corazón. Bravísimo!!!!
Te lo aplaudo.
Un fuerte abrazo.
Me ha dolido el corazón, tremendamente fuerte el relato Nemesis
Besos de angustia
Nemesis, me encanta verte en mi blog, vengo a darte las gracias. ¿Cuando escribirás? Saludos amigo. Hasta pronto.
Es un verdadero detalle el que has hecho al venir a agradecerme "personalmente", haces sentir importante a cualquiera plumaroja.
Salvador y silencions, les agradezco en verdad sus comentarios y lo que es verdaderamente triste de esto es que es algo real que muchos viven a diario...
Mucho no le encontre el sentido... lo que me encanta es tu manera de describir las cosas, me hace sentir que yo misma las estoy sintiendo o haciendo o precenciando. Sencillamente me facinan tus relatos. FELICITACIONES!!!
Publicar un comentario